Siempre me había considerado una chica independiente,
solitaria, incluso fría. Nunca había necesitado a nadie conmigo, siempre me
había bastado conmigo misma. Anteponía mi orgullo contra cualquier cosa o persona
del mundo. Me quería a mí, a mí y solamente a mí. ¿Para qué iba yo querer
depender de alguien ni de algo? No lo necesitaba.
Un día, todo cambió. De repente apareció él. ¿Y sabéis que
pasó? Sí, me volví débil. Tan sumamente dependiente de él que ya no podía vivir
para nada que no fuera él. Le AMABA, más que a nada en el mundo. Todo lo di por
él, y aseguro que no me arrepiento de nada. Tras tenerle, y de cierto modo
perderle, quedé tan sumamente lastimada que me prometí a mí misma volver a ser
la de antes y no volver a amar a nadie más.
Salí adelante, poco a poco, tal y
como yo misma pude, intentando no mirar atrás.
Y tiempo después, tras pelearme con él, me decía a mí misma “Ey pequeña,
eres fuerte, tu orgullo va primero,
¿recuerdas? Mantén la cabeza bien alta.” Y tras decirme aquello, noté como algo
fallaba, sentí como si algo en mi interior se quebrase en mil pedazos, como si
mi mismísimo corazón se hubiese hecho añicos dentro de mi pecho. Entonces, todos los sentimientos salieron a
flor de piel; Todos los intentos de estos meses por volver a ser la misma chica
de antes, habían sido fallidos. Yo le necesitaba, y a la mierda el orgullo. Yo
seguía amándole, y algo en el fondo de mi alma me gritaba a pleno pulmón que lo
seguiría haciendo hasta que mi corazón dejase de latir. Tenía la herida de todo
aquel desamor abierta de par en par.