Después de ocho larguísimos meses, iba a volver a verla. ¿Estaría más alta, más delgada, tendría aún pecas en la cara, llevaría aún esa pulsera de cascabeles en la muñeca izquierda ...? Me monté en el coche, y me sorprendí a mí misma al comprobar que no estaba nerviosa. Miré en el móvil nuestra última fotografía juntas.
La había echado tanto de menos...

Vi como mi coche llegaba a su destino, y allí estaba ella, sentada, a lo lejos, mirando algún mensaje en la Blackberry. Estaba mucho más guapa de lo que yo recordaba, y de repente, pum, otra vez esas mariposas en el estómago. Sonreí y sentí como mi coche paraba bajo mis pies, frente a ella. Me bajé deprisa, con tantas ganas que parecía haber salido volando. Corrí escaleras abajo hasta donde estaba ella, ya de pié, mirándome venir. Me sonrió y me lancé a ella, abrazándola tan fuerte como nunca he abrazado a nadie. Respiré su colonia. Ese olor, ese aroma que hacía tantísimo que no olía. Nadie nunca podría ser como ella.
Y allí estábamos: ella, yo, y ocho meses de lucha en nuestras espaldas. Y entonces tuve claro que nadie ni nada nos podría volver a separar nunca jamás.
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